Despúes de ver el documental Mission Blue, sobre los océanos.
Después de intentar encender la estufa y gastar siete fósforos (nunca me pasó en la vida).
Son fósforos en su típica caja de cartón roja y amarilla, sin los patitos, y con una peculiaridad: una estampilla de la
Afip (!). Made in India.
Estos fósforos atravesaron dos océanos para llegar a casa, y son de mala calidad. Gasto de combustible, emisión de CO2, calentamiento global, muerte del coral, océanos agonizantes, los mismos que cruzaron estos fósforos, y el error tremendo de una economía global que hace “viable” esta flagrante inviabilidad. ¿Cómo podría ser más barato traer fósforos desde miles de kilómetros de distancia? No way. ¿Qué sueldos se estarán pagando a los obreros de la India en esa fábrica de fósforos? ¿Qué precio se pagará por talar esos árboles, que quizás ni crecen en la India? ¿Qué precio tiene el combustible que impulsa el barco cargado de contenedores que viajó hasta el sur del mundo? Y encima no encienden.
Algo está muy muy mal. El color rojo y amarillo me engañó. Una vez más, reafirmo mi propósito de mirar y volver a mirar las etiquetas, la letra chiquita de los productos que compro. Si nadie compra, el barco no sale, no se emiten gases de efecto invernadero al cuete, el océano sufre menos, su papel como regulador del clima global se mantiene.
¿Y el sentido de la vida?
Hace unos días compartíamos un café con un amigo, y él me hablaba de sus problemas de pareja. Estábamos dentro de una librería, y sentí que había una pared llena de libros de autoayuda sobre el tema. Y todo sigue casi casi igual. Que la cabeza elabore estrategias para que el corazón sienta de otra manera. Difícil meta. ¿Imposible?
Otra cosa: cuando estamos bien, razonablemente bien, nos sentimos ecuánimes, evaluamos con cabeza fría las estrategias, visualizamos posibles escenarios futuros, somos diestros jugadores del ajedrez de la vida. Dibujamos esquemas en forma de torta donde las porciones representan el cuerpo, la espiritualidad, el trabajo, el amor... y nos ponemos metas para equilibrar su tamaño, un poco más aquí, menos allá... y además nos da la sensación de estar “creciendo”, tomando las riendas de nuestra vida.
Cuando estamos mal, “al horno”, cuando saltamos de la sartén al fuego, y la vida es intensa y duele, queremos algo, alguien, un método, un camino que nos saque de ese lugar. Cuanto antes, para ayer si es posible. No ecuanimidad, no diagramas, no escenarios futuros. El ahora duele.
¿Hay algo que se nos está escapando en esta dinámica? ¿Quién es el que en un momento está bien, y en otro, en el fuego quemante del sufrimiento? ¿Quién es el que decide qué hacer para salir de ahi? Propongo, desde la ecuanimidad de este momento, mirar, permanecer, sentir qué es lo que realmente ocurre. Claro, lo digo ahora, que estoy bien, y no cuando estoy “en el horno”.