Doctor DANIEL MICHELLI, q.e.p.d. Falleció el 1/10/2007 c.a.s.r.c. y b.p. Noche y garúa finita en la playa de estacionamiento. Y vos con sombrero a lo Bogart, esperando, apoyado en un auto que debió haber sido un Buick, pero que no lo era. La luz te daba de refilón sobre el perfil anguloso; en un gesto calculadamente lento, acariciaste el ala de tu sombrero y sonreíste de costado. Por los buenos recuerdos. Laura. P: Servicios.. etc. Rosario, etc.
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Doctor. Siempre te decía doctor. Ahora ella sonreía en la vereda, a la entrada de la playa de estacionamiento, bajo una lluvia que no la mojaba, esa noche no, porque qué lluvia moja a un ángel en toda su gloria.
Vos sos Michelli, a secas, un Michelli con corazón de toro, grueso, denso, atribulado. Michelli nacido de padre y madre, vos Michelli que fuiste a caer, y con placer, en las garras de Laura.
Por los buenos tiempos, pensaste, y con tu sombrero mojado, te quedaste al lado del auto y esperaste mirándola desde ahí, desde las arenas-cemento-húmeda-playa-sin-mar.
Y vos Laura, después de un rato bajaste los ojos, viste las burbujas en el suelo gris azulado, lentamente llenaste tus pulmones de aire húmedo y con una sonrisa volaste a tu hogar entre las nubes grises, rápida, segura, gozando tus alas invisibles bajo la lluvia.
Michelli, qué otra cosa queda que subir al auto, manejar hasta el puente, cruzarlo, después tomar la tercer salida, volver a casa, al living, a la tibieza confortable y seca que no sabe de ángeles.
Laura, vos, desde allá arriba, flotando inmune a la lluvia, ves las luces de la ciudad, ves toda la historia, ves el rojo emblema de la pasión, los cuerpos amaneciendo juntos todo el tiempo, la dulce agonía incansablemente compartida, los abrazos sin huecos, las lágrimas, te ves como el ángel grave que sos, ves al humano que tuviste en tus brazos y que te enseñó otros cielos.
Michelli, Michelli, mmmm... había un Michelli, había uno, sí, y hoy hay otro, menos mojado, menos llovido, menos Michelli, un Michelli que no aparece en los diarios, uno menos extraordinario, uno más de cabotaje, de facultad, de congresos. Un Michelli atravesado, uno que vio lo que vio y no puede olvidarlo, un Michelli que renguea, que tropieza, que elige lo menos peor, que duda, que hace un esfuerzo por las mañanas para no buscarse en las necrológicas.
Laura, Laurita de bella pluma, Laura elevándose con un resto de aliento, Laura que hace un guiño al auditorio, que nos invita, y después se despide, se aleja y no la vemos más.
Nos deja con la lluvia de esa noche. Y siempre está lloviendo. Se mojan los estacionamientos, los autos, las luces, la noche. Y los enamorados se besan bajo techo, en rincones oscuros, o en ascensores luminosos, o mojándose en playas oscuras, las bocas húmedas y tibias, y se sacuden el pelo que gotea, la ropa recién comprada, los zapatos caros en el agua, y se les caen los bolsos, los maletines, una media, un cinturón, todavía queda más ropa recién comprada, y todo cae en charcos que los reflejan, que reflejan desde abajo sus luces, sus relámpagos y sus fuegos.
Y las miradas se cruzan en la playa de estacionamiento, los cuerpos quietos y la geometría fija, pero por dentro caen castillos, paredes se desploman, suelos se abren a los abismos... y no hay dónde apoyarse. Se cruzan las miradas, se mueve una mano hacia el ala del sombrero, pero por dentro el cuerpo corre, salta, escala aquellos muros abatidos, devora aire caliente lleno de polvo seco, y sin embargo por fuera llueve y ay, ay, ay...
Y también después de un tiempo, las miradas se separan, ya no se cruzan, y queda el aviso fúnebre, la tinta, el papel, la elegancia en la escritura de ella, la fotocopia, el blanco, el negro, la respiración,
11/10/07
(Gracias Caro por el sorprendente recorte disparador)
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